El agua barria las calles que eran de arena. Para pasar de una acera a otra se tendian tablones, a guisa de puentes, o se tiraban piedras de trecho en trecho, por donde saltaban los transeuntes, no sin empaparse hasta las rodillas, riendo los unos, malhumorados los otros. Los paraguas para maldito lo que servian, como no fuera de estorbo. A pesar del aguacero, el cielo seguia inmovil, gacho, uniforme y plomizo. La gente sudaba a mares, como si tuviera dentro una gran esponja que, oprimida a cada movimiento peristaltico, chorrease al traves de los poros. Hasta los negros, de suyo resistentes a los grandes calores, se abanicaban con la mano, quitandose a menudo el sudor de la frente con el indice que sacudian luego en el aire a modo de latigo. En las aceras se veian grupos abigarrados y rotos que buscaban avidamente donde poner el pie para atravesar la calle. El rio, color de pus, rodaba impetuoso hacia el mar, con una capa flotante de hojas y ramas secas. (Freagmento)
Sunday, July 15, 2018
A Fuego Lento
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